Saturday, 29 August 2009

HISTORIAS DE PARQUES Y DE CIEGOS

Esa tarde de otoño lo ví a Ernesto paseandose por la vereda sur del parque del pueblo, como era su costumbre desde el otoño de 1947. Caminaba cuidadosamente entre las baldosas que el tiempo y el descuido municipal habían levantado y bajo la dispersa sombra de los añejos plátanos movía enérgicamente de un lado al otro su fino y ya característico bastón blanco, como si con él buscara desesperadamente los ojos que perdió en aquel renombrado pero inmemorable accidente del 17 de Julio de 1947 ocurrido en el Viejo Predio, donde hoy se emplaza el parque del pueblo.
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Aún recuerdo aquella fresca mañana de invierno cuando, caminando tranquilamente por el desolado parque, me encontré a un señor quien vestido de gris alimentaba a los inmensos cuervos del lugar. El señor se encontraba de espaldas a mí pero no obstante eso y por alguna extraña razón pudo sentir mi presencia. Me preguntó mi nombre y le respondí. De ese modo iniciamos una breve conversación que transcurrió mientras yo miraba su espalda y él nutría incesantemente a las aves. Entusiasmado me contó que desde hacía ya muchos años venía todas las mañanas a alimentarlas y que él había tenido el privilegio y el placer de conocer incluso a muchos de los antepasados de aquellos negros pájaros. Bromeando, le dije: tenga cuidado y siempre recuerde que la gente suele decir... “cría cuervos y te comeran los ojos”... y enfurecido el señor de gris viró bruscamente hacia mi lado y desde dos oscuros y enormes hoyos ubicados en su cara, uno a cada lado de su gran nariz, comenzaron a salir infinitos cuervos. Fue así como todo su cuerpo se difuminó en segundos desde sus pies hasta su cabeza y por el cielo una inmensa nube de aves negras sobrevoló el desolado parque en aquella fresca mañana de invierno. Desde entonces, nadie jamás volvió a ver a esas horrendas criaturas en el lugar. Pero los cuervos aún vuelan.